El confinamiento obligado está revelando el impacto de la soledad. El porcentaje de personas que viven solas va en aumento a nivel global. En países escandinavos, más del 40% de los hogares son habitados por una persona sola. En España, uno de cada cuatro. Aún lejana a esta realidad, América Latina experimenta también los efectos del envejecimiento y la menor cantidad de hijos.
En Colombia, entre 2005 y 2020, el número de personas que viven solas pasó de 11% a 18%. En México, entre 1990 y 2015 los hogares unipersonales aumentaron de 5% a 10%. En Chile, en 2002 representaban el 11,6% y en 2017 llegaron al 17,8%.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) alerta que la soledad se ha convertido en una epidemia silenciosa, con riesgos para la salud mental y física en la región. “Es parte de un fenómeno global, y nos preocupa especialmente debido a la pandemia”, dice a DW el Dr. Renato Oliveira De Souza, jefe de Salud Mental de la OPS.
El experto consigna que “en general en la región las familias tienden a ser más numerosas. Muchas veces los abuelos cuidan a los niños, las personas mayores reciben soporte de sus familiares y no es tan frecuente que estén solas. Pero en la situación actual, no pueden tener las mismas rutinas de antes”.
Ante la restricción del contacto social con familiares y amigos, Oliveira indica que “esta situación de soledad puede precipitar sufrimiento mental y enfermedades mentales más graves. Hay estudios que muestran un aumento de síntomas y enfermedades de salud mental en esta pandemia”.
Allí donde hay mayor soledad y menos lazos, la pandemia ha golpeado más duramente. El estudio PSY-COVID 19, realizado en 30 países, entre ellos 12 latinoamericanos, busca identificar el impacto de la pandemia en la salud mental. Es coordinado por la facultad de psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
Resultados preliminares de este análisis del impacto psicosocial de la pandemia indican que “la soledad percibida es una de las variables principales que podrían explicar diferencias a la hora de desarrollar sintomatología de salud mental, como trastornos de ansiedad, depresión y somatización, en el contexto de las restricciones de movilidad por la pandemia”, dice a DW Antoni Sanz, coordinador internacional del estudio y profesor del grupo de investigación de estrés y salud de a UAB.
Jóvenes, los más afectados
No se trata de la soledad objetiva de no estar acompañado durante el confinamiento, sino de la sensación subjetiva de soledad, que puede darse aun estando junto a otras personas. Esta soledad “es uno de los principales factores que puede explicar por qué algunas personas, en el contexto de las restricciones de movilidad, desarrollan trastornos de salud mental, particularmente la depresión”, confirma Sanz.
El estudio muestra que el grupo más afectado ha sido la población joven, de 16 a 30 años. Esto, a pesar de que los adultos mayores son los que han debido cumplir un aislamiento más estricto y viven generalmente más solos. “Las personas mayores son las que mejor se han adaptado a la situación de confinamiento, probablemente porque son las que menos cambios han experimentado en su cotidianeidad”, señala Sanz. Alguien con una movilidad reducida ya tiene su vida adaptada a ello y la expectativa de interactuar con su familia es más limitada. En contraste, los jóvenes están más acostumbrados a salir y tener contacto social.
Los adultos mayores, por su parte, a lo largo de su vida han hecho frente a circunstancias adversas y han desarrollado estrategias útiles para enfrentar y adaptarse al estrés, a diferencia del colectivo joven.
Soledad, suicidio y mujeres en riesgo
En Japón, el suicidio cobró más de seis veces más vidas que el coronavirus en 2020. Por primera vez, después de un descenso sostenido de más de una década, se registró un alza. Casi 21 mil personas se quitaron la vida en 2020, esto es un 3,7% más que en el año anterior, marcado por el alza de casos de mujeres y jóvenes. Hasta noviembre de 2020, más de 300 escolares se habían quitado la vida, un 30% más que 2019. Y mientras los casos en hombres disminuyeron levemente, los de mujeres aumentaron casi en un 15%.
En España, a pesar del aumento de la cantidad de personas que sufren trastornos que llevan al suicidio, como la depresión, ha habido una reducción del número de muertes autoinfligidas, indica Sanz: “Una explicación probable es que como las personas han debido estar más tiempo dentro de casa, han tenido menos oportunidades de cometer intentos de suicidio o que, a pesar de que han desarrollado sintomatología, no necesariamente grave, han desaparecido de su vida situaciones estresantes”. Sin embargo, esto no es aplicable a toda la población.
“Las mujeres sometidas a violencia de género han tenido una carga adicional, al estar conviviendo meses con su agresor sin posibilidad de escapatoria. No sabemos de momento si ha habido un aumento en ese grupo de alta vulnerabilidad”, advierte el psicólogo.
En América Latina aún no hay datos concluyentes de 2020, “pero es un tema que nos preocupa, porque la pandemia trae factores de riesgo, como desempleo, soledad y sufrimiento mental, que desde un punto de vista teórico podrían aumentar las tasas de suicidio”, señala Oliveira.
El estudio “Termómetro Social”, publicado por CIPER, muestra que el número de suicidios de 2020 en Chile es el más bajo de las últimas dos décadas. Sin embargo, se registra “una incidencia considerable de pensamientos suicidas en jóvenes, personas que se sienten excluidas, y en aquellos que no reciben ayuda social”.
El trabajo alerta que, de no tomarse medidas de prevención y apoyo, podría haber un aumento sostenido en el próximo tiempo. Una de las preocupaciones, según el informe, es que solo el 17% de quienes presentan pensamientos suicidas o autolesivos ha logrado acceder a tratamiento.
Estrategias contra la soledad
Los expertos coinciden en que toda iniciativa que ayude a que las personas tengan la percepción de que alguien las escucha y se interesa por sus emociones permite atenuar la sensación de soledad y reduce el riesgo de problemas de salud mental.
El contacto presencial es el óptimo, pero cuando no es posible, una llamada por teléfono, un mensaje o un encuentro por video permite paliar parcialmente. “La proliferación extrema de videoconferencias pone de manifiesto la necesidad de, aunque fuera por este medio, estar en contacto con otras personas”, confirma Sanz.
Eso no es sustitutivo de la interacción presencial, advierte, como lo demuestra el hecho de que “el colectivo más afectado desde el punto de vista de salud mental a consecuencia de las restricciones es el que tiene mayor necesidad de socialización y a la vez la mayor capacidad de uso de las nuevas tecnologías: el colectivo joven. Si las redes sociales fueran un sustitutivo absoluto de la interacción presencial, eso no habría pasado”.
A falta de ministerios contra la soledad, diversos programas buscan combatir el problema. Como el servicio telefónico No estás solo www.noestassolo.com.ar, una iniciativa jesuita atendida también por laicos, en Argentina. Cartas contra la soledad, de la AMIA, también en Argentina, y Te escribo porque, en Chile, llevan mensajes escritos a personas hospitalizadas o solas. “Toda actividad que permita a las personas a mantener los contactos sociales puede ayudar mucho a la salud mental”, destaca Oliveira.