Desde menos de una muerte por millón en Taiwán, Vietnam y Tailandia hasta 647 muertes por millón en Bélgica.
Hasta hace poco y si la tendencia no varía, la mortalidad media por millón en los países asiáticos y europeos era de 2,7 frente a 197 muertes por millón de habitantes. ¿A qué se debe una diferencia tan abultada?
Un equipo de intensivistas del Instituto Científico San Rafael de Milán y del Instituto de Reanimación y Rehabilitación de Moscú intentan responder a la cuestión en un análisis que publican en Pathogens and Global Health. Se han fijado para ello en factores como la edad de la población, la experiencia previa de epidemias, la aceptación social del distanciamiento físico, el empleo de mascarillas, el porcentaje de fumadores activos y las variaciones genéticas protrombóticas.
Hasta ahora, informan los autores, ningún país asiático aparece entre los veinte primeros en términos de mortalidad por millón de habitantes. China, por ejemplo, solo registra una tasa de mortalidad de 3 por cada millón. En su estudio se comparan las muertes por millón de habitantes a los 50 días posteriores al inicio de la epidemia entre los grupos Europa/América y Asia Central y Sudoriental, según los datos que figuran en Worldometers.info y OurWorldInData.org, extraídos a su vez de fuentes oficiales.
El comienzo de la epidemia lo definen como el día en que cada país registró 0,1 muertes por millón. Para ambos grupos, se incluyeron los diez principales países en términos de población, número de casos documentados de covid-19 y número de muertes hasta el 18 de julio. Un total de 24 países, 10 de Asia Central y Sudoriental y 14 de Europa, América del Norte y América del Sur, cumplieron con los criterios de inclusión.
La mortalidad osciló entre 647 muertes por millón de habitantes en Bélgica, donde la epidemia comenzó el 11 de marzo, y 0,1 muertes por millón en Myanmar, donde la epidemia se inició cinco semanas después. La mortalidad en los primeros 50 días de la epidemia difería significativamente entre los países asiáticos y europeos: 2,7 frente a 197 muertes por millón de habitantes.
Su análisis confirma que cuanto más tarde se vio afectado un país por la epidemia, en Europa y en América, más leve fue el impacto en la mortalidad durante los primeros 50 días. A pesar del hecho de que la epidemia comenzó en China, a la que el comercio y los viajes vinculan a la mayoría de los países asiáticos, los países asiáticos han superado ampliamente a los occidentales en términos de supervivencia.
Población más joven
En primer lugar, sugieren, la población asiática es más joven que la de Europa y América del Norte. La mediana de edad de la población en Asia es de 31 años, en comparación con los 42 años de edad en Europa y 35 en América del Norte. En Italia, notablemente golpeada por la covid-19, la mediana de edad de la población es de 45,5 años, una de las más altas del mundo. Dado que los ancianos son más susceptibles a las enfermedades infecciosas y sus secuelas, las diferencias en la edad media de la población pueden explicar parcialmente las tasas de mortalidad. No explican, sin embargo, la elevada mortalidad en Brasil o México, cuya población es más joven que la europea.
Experiencia previa
En segundo lugar, argumentan que el brote de SARS de 2003 puede haber dado a algunos países asiáticos (en particular China, Hong Kong y Taiwán) ciertas ventajas en la lucha contra la covid. De hecho, los asiáticos ya sabían cómo hacer frente a una epidemia, y tomaron medidas tempranas tan pronto como se informó de los primeros casos, haciendo cumplir limitaciones en los viajes, bloqueos y el despliegue de tecnología moderna para rastrear la infección.
Por el contrario, Europa y Estados Unidos no tenían ninguna experiencia directa con esta clase de epidemias en el último siglo y no aumentaron su nivel de atención hasta que fue demasiado tarde. Cuando finalmente se aplicaron las restricciones, la población estaba menos dispuesta a colaborar, ya que no se entendía la importancia crítica de tales limitaciones.
En China, en cambio, y según informaba Nature hace unos días, las autoridades, que identifican a los viajeros entrantes como la principal fuente de riesgo de coronavirus, han establecido para ellos un complejo sistema de cuarentena sujeto a reglas que cambian con frecuencia, lo que a veces requiere que las personas se realicen un test de ARN y otro de anticuerpos IgM 48 horas antes de volar a China.
Según la Comisión Nacional de Salud de China, hasta finales de noviembre el país había registrado unos 94.000 casos y 4.700 muertes. El número de casos diarios de China rara vez ha superado las pocas docenas desde el 7 de marzo, y muchos de esos casos se han producido en personas que regresan de puntos calientes de otras partes del mundo.
Las reacciones suelen ser draconianas. Así, en octubre, el descubrimiento de un grupo de 13 casos en la ciudad portuaria de Qingdao vinculados a un hospital local provocó el despido del director del hospital, la suspensión del jefe de la comisión municipal de salud y la administración de pruebas de coronavirus a los 11 millones de residentes, según la agencia de noticias estatal Xinhua. Las autoridades dijeron luego que no se encontraron más casos.
Mascarillas, tabaco y genes
En tercer lugar, continúa el equipo italiano, en Europa y en Estados Unidos la adopción de las mascarillas y del distanciamiento físico no fue una tarea fácil de hacer cumplir. En la cultura asiática, como es sabido, el mantenimiento de la distancia interpersonal y el uso de mascarillas son más comunes, con pandemia o sin ella. Estas medidas apenas fueron comprendidas y adoptadas por las poblaciones occidentales al principio.
En cuarto lugar, la alta prevalencia de fumadores activos entre la población masculina en Asia podría haber desempeñado un papel en la reducción de los casos de covid-19. Se basan en esa correlación negativa contraintuitiva entre el tabaquismo activo y la susceptibilidad a la infección. “Aunque los mecanismos detrás de este fenómeno aún no se han entendido plenamente, no es inverosímil que el tabaquismo activo haya contribuido a reducir la mortalidad por SARS-CoV-2 en Asia”.
Además, los patrones genéticos protrombóticos son menos comunes en Asia que en el resto del mundo. Las personas portadoras de mutaciones protrombóticas podrían ser más propensas a desarrollar trastornos pulmonares microvasculares relacionados con el síndrome tromboinflamatorio de la covid-19. Podrían existir también otras diferencias genéticas que aún no se han analizado.
Por último, indican que, dado que la reducción de la mortalidad se ha relacionado con el consumo de determinados alimentos, la diversidad culinaria entre los países asiáticos y los occidentales quizá tenga también un efecto protector.
Prevalencia
A estas seis razones, de discutido peso y probabilidad, podrían añadirse otros factores sociales o de modelos sanitarios, así como las mutaciones y cepas distintas del coronavirus que se hayan propagado en uno y otros continentes, y que pueden haber influido en su transmisibilidad y letalidad. Es muy llamativa en este sentido la prevalencia acumulada de contagios que han sufrido unos y otros países.
Con las cautelas con que hay que considerar estos datos, Stilianos Louca, del Departamento de Biología de la Universidad de Oregón, mantiene, con cifras oficiales de organismos internacionales y estudios que se van publicando, un listado con la prevalencia mundial. Y así, frente al 4% de media en Wuhan (en el resto de China el porcentaje es mucho menor), el 2,6 de Indonesia, el 0,4 de Malasia, el 0,12 de Japón y Singapur, o el 0,16 de Corea del Sur -cifras todas del 1 de noviembre-, destaca el 31% de Perú, el 27 de México, el 22 de Brasil, el 23 de Irán, el 18 de Sudáfrica, el 17 de Argentina, el 16 de Chile, el 12 de Estados Unidos y el 11 de Reino Unido y España. Lógicamente, estas medias varían mucho según las regiones, ciudades, barrios y ámbitos profesionales de cada país, pero dan una idea general de que la mayor prevalencia en Occidente es claramente un factor que ha elevado la mortalidad frente a los países de Oriente.